¡Ay
de los vencidos! Esta seductora exclamación denota la quejumbrosa jovialidad de
quien a sabiendas de su victoria, prepara su inmisericorde venganza contra el
adversario derrotado. La fiesta del vae
victis como la denomina Nietzsche, consistía en la cruel descarga de hostilidad
sobre el enemigo desprovisto de toda defensa, derecho o gracia.
Vae Victis exclamó Brennus el caudillo galo, quién ante las
quejas de sus adversarios derrotados sobre sus abusos e injusticias al reclamar
el botín de guerra, decidió recrudecer aún más sus exigencias, lanzando su
espada sobre las pesas que mesuraban el oro.
La
romántica historia que forjó a occidente se limita a exaltar las epopeyas de
los vencedores, a retratar el desenlace de toda guerra como un alegre acabose, y
pareciera ignorar adrede el éxtasis vengativo de todo triunfador. No obstante,
afortunadamente los mediterráneos padres de los valores, jamás dejaron tal posibilidad
de lado.
La
sabiduría de los helenos designaba como aristeia
la cúspide gloriosa en donde se situaba quien optara por el rumbo de la
heroicidad, constituía el máximo apogeo de su gracia y supremacía resultante de
la guerra. En el relato homérico, la aristeia
de Aquiles consistió en derrotar a Héctor, su máximo rival, siendo el auge de
su obra bélica la humillación de su contrincante: el arrastrar frente a las
puertas de Troya, el fresco cadáver de su mítico enemigo.
El
Vae Victis es la visión catastrófica,
calamitosa y fatal al que las hordas comunistas temen con vehemencia y
desespero. Tras años de imponer su cruda tiranía extranjera, rica en regalías,
orgías de abundancia y derroche de lujos a costa de la sangre venezolana; tiemblan
ante la visión cada vez más vislumbrada del frío filo de la justicia.
El
comportamiento iracundo y embrutecido, la represión sin tregua, el cinismo, el
chantaje y la carnicería emprendida por el gobierno de ocupación extranjera
dejaron de ser demostraciones de poder hace tiempo. Se constituyen hoy en día
en las últimas acciones encolerizadas y exasperadas de un sistema tiránico que
se desquebraja, son patadas de ahogado que no acrecienta su posición, sino que
vela lo más básico: su supervivencia.
Mientras
los luchadores patriotas, amantes de la libertad, hemos decidido sacrificar
nuestra comodidad en aras de unirnos a una causa que trasciende nuestras vidas;
las sanguijuelas del gobierno se arrastran por el simple instinto de auto
conservación. La nobleza de la causa patriótica se manifiesta cada día por
sobre la bajeza natural del bando comunista. Es evidente incluso para ellos,
quiénes perdieron hace poco el cobarde refugio de su ceguera ideológica, y han
quedado encandilados ante la pasión sublime con que la juventud venezolana
ondea su bandera.
Cuando
los cómplices de siempre nos hablen de diálogo, y perdón, deberemos recordarles
que Némesis es la diosa de la justicia, pero también de la venganza. La
condición mínima de toda reconciliación deberá ser el juicio y castigo para los
responsables de haber damnificado a Venezuela. De mantener su asceta, petulante e hipócrita línea de
perdón a costa de la justicia, los partidos y todos sus dirigentes serán arrasados
por la misma vorágine vindicatoria que acabará con la existencia de este
régimen necrófilo.
Hoy
los carniceros rojos comprenden, que cada asesinato acometido por ellos será
una pesada carga de llegar el juicio. Reconocen que cada golpe atestado contra
los ciudadanos, no es otra cosa que la excavación de sus propias tumbas en caso
de ser incapaces de vencer. ¿Misericordia para el asesino? ¡Jamás!
¡Vae
Victis! Proclamaremos joviales cuando la decrépita cúpula que gobierna a
nuestra Patria sea juzgada, no por leyes sino por principios. ¡Vae Victis! Será
el epílogo que describa la supresión de cuanto fanático armado intente mantener
a flote la revolución del resentimiento. ¡Ay de los vencidos! Cuando el juez de
los tiranos sean los ciudadanos que humillaron.