sábado, 25 de julio de 2015

La cruzadas en plena vigencia

Por Manuel De La Cruz

Anteriormente he señalado al arquetipo del cruzado como una categoría de guerrero por demás noble, la aspereza de su armadura y el brío de su espada son muestras de la férrea voluntad que arde en su corazón: el afán de llevar consigo la guerra por lo trascendental. Cierto es que hay episodios vergonzosos en las historia de las cruzadas, como el saqueo de Constantinopla o la masacre de los albigenses, sin embargo, ello no desacredita las valiosas acciones de estos hijos probos de occidente, más bien aparecen como turbias sombras proyectadas por una brillante estela de luz.

¿Cómo no sentirse cautivado ante el océano de cuentos, leyendas y epopeyas? En la historia medieval las cruzadas transitan el delgado río entre las orillas del mito y la realidad, lo fantástico se confunde con los hechos, el canto del trovador con las líneas del asceta escriba. La sola idea de un hombre dejando todo atrás con la sola meta de reconquistar la Tierra Santa, proteger a los suyos o conseguir el martirio en el intento es sin lugar a dudas enigmática. ¡Qué diferencia hay entre aquél varón medieval y el pasivo consumista de hoy! Mientras uno de forma viril empuña su espada por valores espirituales, el otro se conforma con la vacua utopía de lo material y en nombre del confort o algún esquema malentendido de "seguridad", renuncia voluntariamente a cualquier tipo de relevancia para el resto de la humanidad.



El vivir peligrosamente del renacimiento es una oda al hombre en armas, aquél que abraza de buena gana la senda de Bellona.

Hoy en día, desafortunadamente, se ha estigmatizado al eje central de nuestro devenir histórico: la lucha. Se ha intentado apaciguar y con ello domesticar a occidente a través de falsos ídolos como la excesiva tolerancia o la pusilanimidad revestida de virtud, mientras que el barbarismo ajeno a nuestra civilización alardea de su disposición natural a hacernos la guerra. Mientras el fundamentalismo islámico hace de las suyas, el marxismo cultural conspira por el suicidio de occidente usando la policía del pensamiento conocido como lo "políticamente correcto". Se nos enseña que los cruzados hace siglos dejaron de acudir al llamado por la reconquista de Tierra Santa, pero se omite de manera criminal que sus enemigos jamás cesaron de fraguar intentos por acabar con nuestra ecúmene.

No escribí para hacer loas a los cruzados, sino para narrar un hecho que me pareció tan curioso como esperanzador. Mientras escribo estas líneas, el fundamentalismo islámico está realizando estragos tanto en oriente como en occidente, el Estado Islámico cada día está más cerca de posicionarse como una entidad política autónoma, y de "conquistar" el reconocimiento internacional a través de una concepción sumamente realista del Estado como fuerza. Además, el terrorismo como método de guerra irregular está siendo promovido por estos piratas de la media luna: el derramamiento indiscriminado de sangre está a la orden del día incluso dentro de nuestro continente.

El pasado 19 de julio de 2015 Estados Unidos fue nuevamente blanco de los sarracenos modernos. En la localidad de Chttanooga, Tennessee, un jordano musulmán llamado Mohammad Youssuf Abdulazeez atacó una oficina de reclutamiento de los Marines en plena plaza comercial, y además una oficina de servicio de la misma institución. Murió en combate luego de asesinar a cuatro marinos y herir a personal tanto militar como civil. Por supuesto, la descarriada izquierda norteamericana empezó a negar cualquier vinculación con el Estado Islámico y quiso hacer parecer el evento como un hecho aislado.

Más allá de donde hubiese pasado, aquí se presenta un patrón sumamente claro: la ideología radical detrás de estos seres tiene alcance internacional y la capacidad para reclutar y convertir y conseguir zelotes dispuestos a pelear en cualquier paraje. Esta cosmovisión existencial nos presenta un terrible reto: el de frenar un poderoso movimiento planetario que tiene como principal objetivo a nuestra civilización.

No es "islamofobia", es sentido común y muestra de saludables instintos el inclinarse a la protección de los nuestros ante la arremetida de ellos. Varios ciudadanos, verdaderamente republicanos, se apersonan armas en mano en distintas oficinas de reclutamiento con el propósito de defenderlas de futuros ataques. Algunos motivados por el patrioterismo barato explotado a conveniencia por el gobierno estadounidense, pero otros con un numen lo suficientemente desarrollado como para comprender la profundidad tras estos lamentables acontecimientos: es hora del despertar occidental. Así como los tambores de guerra suenan de polo a polo en el medio oriente, también nosotros estamos llamados a abandonar la vida fácil o el "sueño americano", y a convertirnos en auténticos cruzados de este siglo. No por el odio a los demás, sino por el amor hacia nuestra Patria y nuestras familias.



En la fotografía podemos observar a Joseph Frye en plena guardia voluntaria, frente a un local de reclutamiento. Como algunos estados de la unión restringen el porte de armas, él propone el uso profesionalizado de espadas, arco y flechas. Vale la pena destacar, que Frye no es ningún iluso, tiene años de experiencia en la práctica de tiro al blanco medieval y en el uso y reproducción de implementos militares medievales. 


Los cruzados existen. En esta fotografía aparece Frye haciendo guardia junto a su esposa, quién también tiene experiencia militar, y un vecino veterano.

El veterano y medievalista Joseph Frye captó mi atención cuando se sumó a estas convocatorias ataviado a la usanza medieval. Con cota de malla, peto de cuero y una bandera templaria, nuestro singular amigo alzó la voz cargado de un coherente sentido histórico pocas veces tan lúcido como acertado en estos tiempos modernos. Aquél quijote yankee comprendió, al igual que nosotros, que quiénes sienten el llamo a la defensa de los valores inmortales no son un mero eco del pasado, todo lo contrario, los cruzados del siglo XXI son los profetas de los años por venir en este eterno retorno de lo mismo.

Mi sincero anhelos es que ese espíritu combativo, y ese afán de defender a tu nación, aunque el gobierno no lo quiera, llegue también a nuestras costas y veamos cuanto antes nuevos cruzados en Venezuela.

lunes, 6 de julio de 2015

La verdadera República

convegni-cicerone[1]

Por Manuel De La Cruz

Entre las líneas de nuestra historia patria se derraman de manera pueril palabras cuyo significado se desconoce, dejando a su paso verdaderas lagunas mitológicas que sirven a los demiurgos y demagogos de tranquilos pantanos por donde navegar hacia el poder. Sin embargo, tales estructuras tienen como base la débil y siempre abatible mentira, por lo que crujen irremediablemente hasta derrumbarse por el ariete de la verdad.

Cuán credo religioso y mantra político nos han repetido hasta la saciedad que son cinco las repúblicas que componen nuestra historia, tratando de trasplantar desde Francia una realidad por entero diferente, donde tal nomenclatura se debe a los drásticos cambios de sistema político entre monarquías, oligarquías, imperios y hasta comunas.

¿Somos realmente republicanos por decreto o tal concepto no ha dejado de ser un epíteto socarrón abusado por quién pretende ofrecernos barbarie por civilización?

Para resolver tal interrogante es necesario rastrear el origen de tan enigmática palabra, el cual se encuentra en los albores de la civilización occidental. Desde la conformación de las primeras ciudades-Estado mediterráneas conocidas como polis, pensadores inmortales de la talla de Platón y Aristóteles se cuestionaban sobre las mutables facetas del gobierno. Llegando en su momento a identificar formas puras e impuras de gobierno que aparentemente surgían en toda polis.

En la politeia de Platón (427-347 a.C.), erróneamente traducida como La República, el filósofo ateniense plasma en el libro octavo la existencia de múltiples formas de gobierno, las cuales tienen su origen en los caracteres de los hombres. En su visión, el tránsito entre una monarquía, hasta la democracia (la peor forma de gobierno en donde las masas irrespetan las costumbres) se daría de manera lineal desbordándose en el acabose de la polis o en el surgimiento de nuevos tiranos.

Su discípulo y crítico Aristóteles (384-322 a.C.), definiría los distintos regímenes políticos en formas puras (monarquía, aristocracia, politeia) e impuras (tiranía, oligarquía, democracia) de gobierno, cuya natural transición está definida por el acercamiento o alejamiento del fin supremo de toda comunidad: el bien. Ante la contínua amenaza de ver corrompidas las formas puras de gobierno, Aristóteles en aras de salvaguardar la estabilidad de la polis propone la Politeia como una forma de gobierno híbrida entre la oligarquía y la democracia, pretendiendo alejar así la posibilidad de quedar estancados en una forma impura de gobierno.

No sería sino en Roma donde los habitantes del Lacio propondrían como contrapropuesta a la herencia monárquica de los etruscos, el concepto de Res Publica, o cosa pública. El gobierno republicano estaría diferenciado primeramente por la participación ciudadana en los asuntos de carácter público, rescatando tal noción de la antigua ágora ateniense. Es en la etapa republicana cuando Roma alcanza toda su gloria mediante la conquista del mundo conocido y la elevación espiritual de sus ciudadanos.

¿A fin de cuentas, qué es la República?

La respuesta la hallaremos en los escritos del historiador Polibio (200-118 a.C), cuya mente griega nacida en Megalópolis y cultivada en Roma termina resolviendo las interrogantes planteadas en su momento por Platón y Aristóteles. Para Polibio, las formas de gobierno puras irremediablemente se corrompen y vuelven impuras condenando a un ciclo aparentemente sin final a casi toda suerte de unidad política.

La monarquía conducida por un único gobernante sabio y enfocado en el bien general terminaría mutando en tiranía, cuando el monarca empezara a mandar según sus apetencias. Eventualmente sus abusos y excesos terminarían siendo aprovechados por un grupo de ilustres ciudadanos, quienes  le derrocarían y se erigirían como Aristocracia con el fin de llevar por buen rumbo la ciudad.

Desafortunadamente, tales aristas de la sociedad tampoco estarían exentas de anteponer sus intereses personales a los colectivos, por lo que degenerarían en una Oligarquía que responde solo a las apetencias del grupo gobernante. Las mayorías preocupadas por sus intereses terminarían desconociendo las autoridades y conformarían un gobierno Democrático basado en los diversos pareceres de los ciudadanos, distribuyendo de esa forma el poder.

No obstante, ante la falta de una clara jerarquía que centralice las decisiones políticas, y por el corrupto afán de otorgarle a todos, inclusive a los ignorantes, influencia en los asuntos públicos, la Democracia se convertiría rápidamente en Oclocracia o gobierno de la muchedumbre. La Oclocracia es perjudicial para toda ciudad, pues transforma en jauría a la ciudadanía, pervierte la ética, sepulta la ley, convierte la Libertad en libertinaje e irrespeta la tradición.

Ante su propia monstruosidad, los pocos ciudadanos con cordura en aquél mar caótico de apetencias, sumarían sus esfuerzos a la búsqueda del orden, bajo la sombra un caudillo, un nuevo monarca capaz de imponer la armonía y el respeto a las leyes con su severa autoridad. Así, según Polibio, se repetiría el ciclo nuevamente, en una suerte de eterno retorno de lo mismo.

¿Cómo asegurar la estabilidad ante la permanencia del cambio? La respuesta de Polibio sería el integrar las formas puras de gobierno en uno solo que fuese mixto. De tal modo, cada vez que una parte del cuerpo social estuviese cerca de la decadencia, el resto de la sociedad le rescataría. La perfectibilidad de esta construcción estaría blindada por una sincronía total entre los intereses de los distintos estratos de la sociedad.

He allí uno de los pilares fundamentales de la República, parte de su tradición discursiva descansa sobre valores tan loables como necesarios para la construcción de una sana sociedad, pero no se sustenta exclusivamente en ellos. En su lugar, se fortalece al poner en la tribuna el tangible peso de los intereses de cada ciudadano, salvaguardando así la dimensión personal del individuo sin que ello signifique la extracción, o amputación, del cuerpo social. El velar por el bienestar de la República se traduce en salvaguardar tanto los intereses personales como el del colectivo.

Parafraseando a Cicerón, la República romana conservaba su grandeza porque lograba reunir en su seno la autoridad propia de la Monarquía bajo la figura de sus Cónsules; además que los estratos más elevados en términos culturales y morales reflejaban en la institución del Senado el amor a la Libertad correspondiente a toda Aristocracia; y finalmente gracias a los Comicios se mantendría en la tribuna el afán de asegurar el Bienestar general como sucede en la Democracia.

Por lo tanto, en aras de retomar el orden, la dignidad y la libertad capaces de otorgar nuevamente el status de nación a nuestra disgregada Venezuela, no podemos limitarnos al escueto, abstracto y hasta contraproducente llamado al rescate de vacías promesas como la “democracia” o la “libertad de expresión”. Mucho menos a reducir nuestra lucha a la mera libertad de los presos políticos, sin dejarlos de lado claro está, cuando en verdad toda la Patria se encuentra desprovista de su Libertad debido al mandato extranjero. Una solución tangible es la de sumar nuestros esfuerzos en la constitución de una verdadera República.

Lancemos al abismo la mitología cronológica y aquél absurdo fetiche de pretender enumerar repúblicas inexistentes. Es un irrespeto casi sacrílego el intentar comparar las montoneras independentistas a los modelos republicanos propuestos por hombres como Cicerón, Machiavelli o Madison. Concuerdo con el ilustre Laureano Vallenilla Lanz,  el luctuoso pasaje de la Independencia no fue más que una cruenta guerra civil, cuando el abigeato, la violación, el sadismo y en general la vorágine desatada por las temibles y repulsivas tropas de hombres como Boves arrasaron con cualquier posibilidad de hacer civilización.

En lugar de idealizar las gestas y campañas admirables, o de adular sin decoro a quienes en vida tuvieron su propio bocado de gloria, enfoquémonos hoy en rescatar lo poco que nos pudo legar la Independencia, aparte de la estela de sangre y hierro; me refiero específicamente a ese antiquísimo ideal republicano, que proviene nada más y nada menos que de la Eterna Roma y que heredamos como descendientes de una concepción hispana, y por ende occidental.

Más allá de las cercanías o diferencias que podamos tener con los próceres y los primeros constitucionalistas, hoy acordamos desafortunadamente, que aquél sueño inicial por el que ciudadanos ilustrados decidieron entregar sus vidas en el campo de batalla en nada se parece a la Venezuela de hoy en día. Ni República independiente ni parte del Imperio, Venezuela se asemeja más a un hato poblado por seres rumiantes que esperan los designios de sus dueños foráneos. Honorable lector, te propongo  asumir el peso de la más férrea de las verdades, te reto a que te plantes firme frente a los Patriotas y a los Realistas, frente a Miranda y a Monteverde, frente a Páez y a Morillo; y le digas en su cara lo vano que fueron sus muertes.

Ondeamos en nuestro tricolor el color rojo, rememorando la sangre que regó los campos de batallas, no obstante, parecemos olvidar que jamás cosechamos los frutos de aquella cruenta siembra. No solo nos enfrentamos al irrespeto absoluto por el sacrificio emprendido por venezolanos de bando y bando que lucharon entre hermanos por lo que creían era noble, a su vez esta generación se está haciendo cómplice de la decadencia que mantiene al país en la miseria.

Vivimos en la anti-República, donde la arbitrariedad inmoral de la Tiranía, la insaciable corruptela de la Oligarquía y el desenfreno anti-natural de las masas, propia de la Oclocracia se combinan en un yugo mixto que parece no tener fin. Así como en la República se asegura la prolongación de la felicidad y plenitud de los ciudadanos, en la antinomia venezolana se apuesta por el decaimiento espiritual y físico del mismo. Se dejó de lado la noción de derechos engendradores de deberes para el ciudadano, se adoptó la ambigua y vacía figura de pueblo, máximo nivel de irresponsabilidad colectiva. El mérito fue suplantado por la inicua igualdad, al amor por la Patria desangrado a nombre del internacionalismo, y por supuesto, el respeto hacia nuestra tradición e identidad falleció sin dolientes.

Venezuela necesita hoy hombres probos, forjados en la fragua de la lucha y el coraje. La ardua cruzada de regeneración nacional requiere que retomemos las cuatro virtudes cardinales que modelaron a occidente desde sus inicios: Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza. Acompañadas desde luego por el ardoroso fuego de amor por la Patria y el fervor por la trascendencia del espíritu humano más allá de lo material.

Nada de cuartas ni quintas, mucho menos sextas; Venezuela será constituida como la República, no un mero ensayo del montón.

Asumamos la jovial y elevada pugna por nuestra Dignidad. Frente a las infamias sostenidas por el marxismo de Materialismo, Internacionalismo y Degeneración; impongamos firmes las eternas verdades de Dios, la Patria y la Familia.