¡No es mi culpa! Así lo declaro y no cómo un simple vago o conformista que de manera apática aleja su mirada del problema social en Venezuela. Maldigo a todos ésos defensores de lo indefendible, miserables relativistas y amantes de la infamia, condeno a ésos traficantes de esperanza que se lavan las manos diciendo que "la culpa es del hogar exclusivamente".
Pues les digo, lo que no es secreto: Amo con devoción las películas violentas, me encanta la historia militar, soy admirador de armas, me crié con juegos violentos y disfruto de vez en cuando de algo de "gore". ¿Por ello soy acaso una lacra social dedicada al crimen? ¿Acaso soy un retorcido delincuente anhelando penetrar con un cuchillo a cualquiera por sus pertenencias?
¡Por supuesto que no!
No niego la importancia de una educación basada en valores y de una familia sólida, pero NO LO ES TODO. El Estado como garante del orden y la seguridad debe ser capaz de emprender acciones para evitar que aquellos quienes carecen de una "familia sana" incurran en delito.
¿Qué hay "malandros" producto de la falta de valores? ¡Cierto! Pero por más desquiciado que sea un ser, se hallará imposibilitado de delinquir con un verdadero orden.
Mi respuesta final: Si faltan hogares en Venezuela, empecemos a promoverlos, pero si la lacra social trata de vivir en la impunidad, que sean aterrorizados con la MÁS BRUTAL Y SANGUINARIA REPRESIÓN. Al diablo la corrección política, bala en la frente para el asesino y sus secuaces. (En un Nuevo Estado, claro está, con un verdadero gobierno y no ésta cuerda de acomodados e ineptos).
Sí, me harté del afeminado discursito de "todos somos culpables", pues yo me considero un ciudadano de bien y que en nada ha provocado la multiplicación de ésas células cancerígenas.
jueves, 9 de enero de 2014
domingo, 5 de enero de 2014
El venezolano engreído
La principal causa de tragedias yace en el abismo entre la realidad y las ilusiones. Entre los tipos de ilusiones está la sobre-estimación y el exceso de autoestima que degenera en soberbia. No se me interprete como un moralista amante de la humildad, todo lo contrario, aplaudo al orgullo siempre y cuando éste provenga de la valía individual y no de la rancia obra de algún engreído.
Uno de las principales rémoras de éstas tierras es el hecho que los venezolanos están sobrestimados. No Venezuela, no sus recursos, sino su gente. Es triste caer en cuenta en ello y algo hipócrita el pretender alejarse de la cuestión en sí, situándonos en un risco en donde poder analizar nuestros congéneres, no obstante es inevitable.
Gracias a la providencia, la causalidad o Fortuna, nacimos o inmigramos en unas tierras exuberantes, bendecidas por la rara condición de tener bajo una misma jurisdicción nacional desde el frío páramo hasta el árido desierto, pasando por ricas costas y por tierras increíblemente fértiles. Tenemos a a nuestra disposición las mayores reservas de uno de los recursos más destinados de nuestra era. Aún así, ¿Qué demonios hemos hecho con ello?
No sólo el petróleo, no, antes que ello el cacao, el café, cualquier otro elemento que enriqueciera a la Patria, todos desperdiciados aparentemente tras breves etapas de orden. ¿Por qué? Porque el venezolano está sobrestimado, porque es un ingrato conformista acostumbrado a la facilidad que le transmiten éstas tierras.
Parecerán rasgos de algún determinismo geográfico, pero es ineludible la cuestión: Donde la civilización sufrió el inclemente invierno y el ardor de la guerra, se erigieron templos a la Voluntad de Poder. En cambio, nuestra "Tierra de Gracia", pacífica y abundante, ha convertido de sus pobladores en unos glotones espirituales.
Sembrar el petróleo decía Uslar Pietri, pero ¿quiénes serían ésos sembradores? Cosechar el espíritu nos dicen los dogmas, ¿pero quiénes son capaces de tal proeza?
Es un exabrupto y un absurdo. La generalización puede resultar ofensiva, pero no podemos planificar en base a simples individualidades, no nos basemos en promisorios patrones de poca repetición. Afrontemos la realidad: El país está como está porque más de tres cuartos de éste país disfruta lo que acontece. Más de tres cuartos del país más que ciudadanos pudiesen ostentar briosos el título de bestias de carga siempre y cuando su aliciente etílico se encuentre al final de la jornada.
Sólo un grupo reducido, una élite, los ciudadanos, los regeneradores, los pacificadores o como ustedes quieran llamarles podrá revertir el efecto dañino. Cualquier fórmula que tenga que basarse en el apoyo popular o que de manera baja y nauseabunda tenga que mendigar votos está condenada al fracaso, a menos que se preste a prolongar el mal que en un principio quisimos curar.
Los venezolanos nos hemos sobrestimado.
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