miércoles, 19 de febrero de 2014

La guerra que no queríamos


La política, como conjunto de relaciones de poder entre grupos e individuos, está definida por la suma de intereses encontrados defendidos por cada miembro de la comunidad. Dadas las diferencias que distinguen a cada individuo, se encuentra al conflicto como componente intrínseco a la naturaleza humana.

La voluntad de poder, el afán de enseñorearse manifestado en cada pulsación centra a la lucha como eje principal de la historia humana. El enfrentamiento entre las distintas voluntades ha definido a lo largo de los siglos el cariz de cada sociedad. Nuestras tradiciones, costumbres, cultura, todo ello está impregnado por la presencia de Belona. Aquella seductora y sangrienta musa belicosa jamás se ha separado de la psique humana. ¡Y con razón! Es parte de ella.

Eventualmente, el hombre egoísta por naturaleza comprende la imposibilidad de obtener la consecución de sus intereses en caso de encontrarse con la muerte, por lo que, en ocasiones ha decidido pactar con sus congéneres en aras de fijar límites a la competencia y suavizar la áspera realidad.

Como toda invención humana, su final ha sido decretado el mismo día de su nacimiento, por lo que todo arreglo cederá eventualmente ante las pulsaciones primigenias de nuestra especie guerrera. La armonía temporal no es inmutable, la cotidianidad enmascarada empieza a revelar su verdadera naturaleza primal y desata las mismas fuerzas avasallantes que el hombre arcaico manifestaba sin disimulo ni reserva. La guerra como constante, la paz como intermitente.

En Venezuela desde hace un par de décadas, las élites encargadas del poder accedieron a un proceso de transfiguración pública. Una mutación ideológica letal cuyo norte era la manutención de un sistema decrépito y decadente. El esquema democrático se fundía con la tiranía de masas, en nombre del poder popular se exaltaban las virtudes del inculto y se condenaba al intelectual. La barbarie se acrecentaba, la ignorancia se consagraba y la demagogia se profundizaba. Una trinidad de males que tenían como fin el simplificar y profundizar la dominación del ciudadano común por parte de una cuerda de bribones y bandidos, disfrazados ayer como oradores democráticos y luego como militares golpistas.

Tal parapeto tendría su final augurado, no obstante, los tambores de la guerra resonaban a lo lejos cuando dicha posibilidad se tocaba. ¿De qué forma concluiría el proceso de  transformación sangrienta que socavó la venezolanidad a partir del 4 de Febrero de 1992 y que mediante el sacrificio de inocentes perpetuó su poderío? ¿Cómo dar fin a un monstruoso modelo tiránico que se impuso a sangre y fuego? He allí, la interrogante perenne que marcaría el fin del pacto.

Desde hace años, en diversas tribunas de la sociedad, los amantes de esta Tierra de Gracia, los patriotas de Venezuela, hemos señalado de manera acertada cómo aquél vil movimiento conocido popularmente como “chavismo”, era una rama más del pensamiento comunista internacional, cuya finalidad versaba en la instauración en nuestra nación, de una tiranía socialista semejante a la fatídica experiencia cubana.

No nos equivocamos, el socialismo científico como ideología totalitaria representa un nivel completamente diferente de conflicto, que imposibilita cualquier expectativa de coexistencia pacífica. Presenta un conflicto de corte existencial, en donde la máxima mors tva vita mea, se universaliza e impone. En dado caso, sería fútil, inútil, desacertado, ingenuo y hasta suicida el pretender dialogar o buscar la reconciliación con quien anhela el cese de tus signos vitales. ¿Cómo derrotar a quién no conforme con imponerte su modelo de vida, amenaza con aniquilarte si te quejas al respecto? ¿Es acaso la “vía electoral” o el debate formas válidas de “competir” con quién impone su mandato con fusiles?

Por supuesto que no, la historia es rica en ejemplos de cómo ninguna nación ha podido expulsar al yugo comunista de sus tierras sin antes pasar por un lamentable baño de sangre. Eso es lo que precisamente está sucediendo en Venezuela, aquél necesario, doloroso pero redentor escarmiento; ésa autoflagelación que todo pueblo sufre como punición ante el error de haber sido presas de los cantos de sirenas marxistas.

Hoy, ha llegado el tiempo que todos vaticinaron pero que nadie se atrevía a declarar. Hoy, finalmente cobró forma el espectro que rondaba la conciencia colectiva. Hoy, llegó la guerra que no queríamos. ¿Y cómo huir de ella? Hasta la república de Venezuela debe su nacimiento a una Guerra Civil, como señaló Don Laureano Vallenilla Lanz. Al parecer ése conflicto ha sido interiorizado en cada pueblo y caserío, por muy remoto que sea.

Por ello, hago hoy un llamado a cada patriota cuyo corazón sigue latiendo cónsono con el sincero deseo de ver a Venezuela surgir. Invoco a todas esas voluntades apegadas a nuestro sagrado suelo, a la sangre joven que sueña con una Venezuela Inmortal. En nombre de Dios, la Patria y el Honor, exhorto a cada uno de los venezolanos a que se una a esta Cruzada Patriótica Libertaria con el fin de lograr la expulsión definitiva del invasor extranjero.

Vienen tiempos difíciles para Venezuela, las negras nubes que se ciernen sobre el horizonte asemejan las humoradas de pólvora que otrora cubrían los campos de batalla. Debemos ser fuertes, valientes, y mantener sobre todas las cosas la más férrea de las voluntades. La victoria será conquistada sólo por la más profunda de las convicciones.

El mero interés material queda a partir de hoy dejado de lado. Lo que nos impulsa a combatir no es la fama ni la fortuna, nada de ello, lo es el bienestar de nuestra familia, la promesa de futuro y la profunda necesidad moral de purificar a Venezuela. Una nueva nación es posible, acatemos entonces el llamado de la providencia y asumamos la histórica responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros.

Basta de tener mártires de nuestro bando, llegó la hora de los héroes.

¡ARRIBA VENEZUELA!

¡CAÍDOS POR LA PATRIA, PRESENTES!

martes, 18 de febrero de 2014

La apoteosis del engaño



La política es el arte de las apariencias, precisamente bajo ése esquema operan hoy las relaciones visibles de poder que se pretenden mostrar como conclusiones lógicas de la voluntad general.  Desde que la mendicidad del voto se convirtió en dogma religioso, los amigos de la infamia se han esforzado para crear el más vistoso y colorido de los espectáculos, le han arrebatado a los artistas su papel de entretenedores y se han dedicado a la tarea de estimular cuán método conductista a una masa cada vez menos crítica y más banal.

A partir del 23 de Enero de 1958, en Venezuela se prohibió a la verdad aparecer en las tribunas oficiales. Con esto no intento retratar a los políticos no democráticos como corderos inocentes incapaces de mentir, más bien aludo a la relación sincera en términos de poder que existía entre el gobierno y los gobernados. Se sabía a ciencia cierta datos que hoy resultarían irrisorios y hasta imposibles de constatar completamente, como quiénes son los que “mandan”. Al menos en las autocracias decimonónicas, imperaba la figura de un hombre fuerte o una cúpula oligárquica quienes eran reemplazados por alguna otra élite organizada que se arrojaba a la bélica tarea de conquistar al Estado.

En la Venezuela del siglo XXI carecemos de cualquier noción de certeza, en términos generales, de lo que se conjura en las turbias aguas del poder. ¿Quién gobierna a Venezuela? ¿Puede usted sin chistar responder de manera simple ésa pregunta? Es evidente que el incompetente bufón de Maduro no gobierna, pero también dudo que el responsable sea Diosdado u otro de sus allegados. Es más, de tener que responder apuntaría hacia el exterior: Raúl Castro quedaría pequeño al lado de la influencia que tiene el Foro de Sao Paulo, la República Popular China y demás ejes de poder en ésta poliarquía internacional, no obstante eso es otro tema.

Lo que verdaderamente me incomoda es haber sido testigo de cómo un mal presentimiento se convirtió en la realidad palpable. ¿A quién engaño? Más que un presentimiento era la certeza de algo que todo vimos y que en ocasiones pasadas hemos presenciado, estar atónitos ante el guión de siempre sería pecar de incautos.

La apoteosis de López, o de cómo mantener en el engaño a todo un país.

Lo que sucedió el día de hoy, martes 18 de febrero de 2014, no es más que la culminación de una triste obra de teatro democrático y electoral que tiene como objetivo la apoteosis política y el martirio simbólico de Leopoldo López, como nueva cabeza de aquél ministerio para la legitimación de la tiranía llamada “Mesa de la Unidad Democrática”.

¿A qué corresponde tal lógica? Es simple, ante los continuos fracasos políticos y el fiasco que como “líder” representó Capriles, la MUD necesitaba reemplazar su cabeza visible por una menos vilipendiada. El adinerado socialista de Capriles pasó a convertirse frente al opositor promedio en un símbolo de derrota, cobardía, pusilanimidad, falta de virilidad, y lo más deprimente, en la viva representación ambulante del pacto acomodaticio entre la “oposición oficial” y el gobierno usurpador.

Es allí donde entra en juego la nueva máscara de quiénes pretenden mantener empoderado al socialismo mientras aparentan combatirlo. Leopoldo López, el adalid miembro de la Internacional Socialista, sería designado como el portavoz de un sector cada vez más radical y dispuesto a luchar por su libertad. Desafortunadamente, el nuevo discurso  y disposición de medios en nada hacían variar la finalidad esencial de la MUD y TODOS sus miembros: fortalecer cada día más las bases de la dominación comunista en nuestra tierra.

Conocidos los actores, pasemos a hacer revista del guión, empezando por unos tales “autoconvocados” que curiosamente tenían logística y recursos para la impresión masiva de panfletos en pro de López y terminando con los agentes de la MUD tratando de apagar con unos megáfonos el fuego que involuntariamente encendieron. Nuestros traficantes de la infamia pretendían hacerse con el sentimiento de combatividad de los ciudadanos inconformes con el gobierno, hasta el punto que auparon tímidas manifestaciones de calle.

Todo esto se reduce a una suerte de catarsis colectiva, en donde la MUD se encargó de menguar las fuerzas del manifestante en largas horas de arengas pacifistas bajo el inclemente sol matutino hasta la tarde. Semejante al hacendado que le da un fuete al peón más irreverente y le nombra capataz, con la esperanza de que así se olvide de su propia condición de esclavo; la MUD jugó a brindar una forma de drenar el descontento colectivo de la población, haciéndole creer a la ciudadanía que con marchas pacíficas y clases de yoga los venezolanos derrocarían al gobierno que más alto ha mantenido la tasa de homicidios diarios en el país.

Por supuesto que es una pérdida de tiempo, las patéticas discusiones sobre porqué “la resistencia pacífica es mejor que la violenta” y la decadente moralidad de dar la otra mejilla frente a la adversidad es lo que ha mantenido a los venezolanos cautivos en una celda cada vez más estrecha. El canto de rancias y anticuadas sirenas politiqueras se asemeja a los faroles que ciegan y conducen a su muerte a cuanto insecto volador iluminan.

El día de hoy Venezuela entera fue testigo de una traición más, me refiero concretamente a la acordada y planificada entrega voluntaria de Leopoldo López a la fuerzas del Estado. No hubo resistencia, no hubo ánimos de lucha, sólo hubo la anestesia colectiva de “martirizar” a una figura pública. No faltará el disociado blasfemo de turno que quiera comparar a López con el episodio bíblico de Cristo entregándose a los romanos. La gran diferencia en este caso, es que a López en lugar de una corona de espinas, el entregarán una corona mediática; en lugar de crucificarlo lo mantendrán en las primeras planas. El aroma a barrotes de cárcel resulta excepcionalmente seductor para las masas acéfalas que lo empezarán a ver como un mártir por la libertad.

¿Quieren mártires? ¿Acaso necesitan que alguien más verdaderamente entregue su vida por una causa justa para motivarse a hacer lo propio? Les tengo no uno, sino tres mártires de verdad: Bassil Da Costa, Robert Redman y José Méndez. Ellos no dudaron en entregar su futuro, sus esperanzas, ilusiones y metas por la construcción de una Venezuela Digna y Libre. Son ellos quienes deberían encabezar la lista de luchadores contra el invasor cubano, y no la de un socialista aburguesado que para mayor descaro da su última arenga pública sobre una bandera de Cuba y al lado de la estatua de José Martí (monumento de muy mal gusto que el susodicho erigió en su gestión como alcalde de Chacao).


La bestia roja está arrinconada y muy mal herida, retroceder sería la forma de permitir al gobierno extranjero su prolongación por un par de lustros más. Por lo tanto, la palabra de orden que debe imperar en todo corazón patriota es la de no abdicar hasta liberar del yugo comunista a nuestra Patria. Quienes pretendan reducir la combatividad o desmovilizar las verdaderas protestas no son más que traidores al servicio de la araña internacional.

domingo, 16 de febrero de 2014

Júbilo combativo


La grandeza de un «progreso» se mide, pues, por la masa de todo lo que hubo que sacrificarle.”
Freidrich Nietzsche

Llamaradas de fuego se alzan en las calles de Venezuela, cuyo humo se entremezcla con la neblina química utilizada por el gobierno usurpador para subyugar la férrea voluntad de quién ha decidido dejar de vegetar.

El profundo y sombrío letargo de quince años parece haber perdido su poder, el sopor empieza a desaparecer conforme voces inconformes hacen despertar la conciencia de los venezolanos. Como un clarín de guerra retruenan las consignas de una aguerrida juventud, dispuesta a sacrificar la hogareña conformidad en pos de un futuro digno.

Los latidos de miles de corazones jubilosos resuenan al ritmo marcial de nuestros tiempos. La responsabilidad histórica que se cierne sobre nuestros hombros finalmente ha logrado movilizar un cúmulo de fuerzas sin precedentes en la historia contemporánea de Venezuela. ¿Cómo no maravillarse ante la estoica belleza que refleja el valor por sí mismo? Los más hermosos sonetos hayan justo rival en el fuego proveniente de la lucha por la libertad. Cada roca arrojada contra las tropas de la tiranía se asemeja a un verso o a una pincelada genialmente ejecutada.

Ante tan sublime escenario, prefiero mil veces el fuerte y picante aroma de combustibles caseros y bombas lacrimógenas a la tensa, absurda y ovejuna cotidianidad y su fétido hedor a tráfico y concreto armado. No hay incienso más inspirador y mejor para la meditación que los gases provenientes de alguna gigantesca valla propagandística del gobierno, siendo consumida por las llamas.

Las dulces fogatas que se alzan en toda la nación en nombre de la Libertad y Dignidad son la desesperada comunión de quién se rehúsa a convertirse en una cifra más. La más ardiente voluntad de poder se percibe a través de los ígneos ojos de aquellos guerreros incógnitos, que paradójicamente, ocultando sus identidades han asegurado sus nombres en la historia.

¿Cómo no mostrar simpatía por el embellecedor gesto de éstos redentores para nuestro país? Frente a la seducción del combate tan sólo se me ocurren dos grupos que se pronunciarían en contra: los lisonjeros, envidiosos amantes de la falsa paz; y los cómplices de la tiranía. Sí, hoy por hoy al grito de “no a la capucha” es recurrente toparse con personas sumamente mezquinas, que al carecer de valentía pretenden condenar a quién sí la tiene para sentirse mejor con ellos mismos. Son éstos entorpecedores del futuro, quienes de manera ingenua pretenden dialogar con quiénes les tienen una bala jurada para sus cabezas.

Anhelan la paz, y al parecer comparten el mismo concepto de paz que tiene el gobierno comunista: la inerte, vacía, triste y seca paz encontrada sólo en los cementerios. El profundo silencio que asecha las tumbas de aquellos quiénes se cansaron de gritar. Pero, ¿Cómo alguien podría aceptar lo antinatural de desear tan ansiosamente callar su propia voz estando vivo? ¿Cómo se podría alguien cansar de hablar habiendo dicho tan poco? Al parecer, estos fúnebres pacifistas en un gesto de sinceridad para consigo mismos, comprendieron que sus palabras resultan ofensivas y vacías, por lo que prefieren delegar al gobierno usurpador la responsabilidad de la expresión. A fin de cuentas, ¿qué dirá quién no tiene nada que decir?

Y por otro, está la casta parasitaria de los cómplices, aquellos repudiables e inescrupulosos traficantes de esperanzas que acumulan ganancias a costa del sacrificio de nuestra juventud. Ésos constante dadores de puñaladas traperas, que no tienen problema en transmutar cada gota de sangre venezolana por miserables moneda en divisa extranjera.

Son estos dos ejemplares de hombres-esclavos los que dedican a diario lastimeros gritos o extensos artículos justificando lo injustificable. ¿Hasta qué punto debemos seguir tolerando la existencia de tan viles seres en nuestras filas? No puede haber ningún tipo de concesión para tan vulgares propuestas, si de veras pretendemos deshacernos de la tiranía comunista, es deber de todo patriota denunciar públicamente el daño realizado por éstos escollos.

Es un hecho, verificado por la historia, los gobiernos de corte marxista no encuentran su fin con una “fiesta democrática”, sólo la férrea voluntad organizada ha podido derrocar las más sangrientas tiranías inspiradas en el viejo Marx. Es hora que los venezolanos amantes de su Patria, fieles a sus tradiciones y orgullosos de sus ancestros; se dejen cautivar por los recios himnos de Belona. La lucha se libra de manera total, siendo insuficientes los escritores estériles y los grupos sedientos de protagonismo pero carentes del mismo en las horas oscuras. Quiénes asumirán las riendas del país, deberán demostrar su valía en el campo de batalla. Serán condenados como irrelevantes aquellos pueriles politiqueros que convocando marchas (o criticando las mismas) no hagan acto de presencia en la vanguardia.

No tengamos tiempo para que el miedo se apodere de nosotros, el sacrificio que hagamos hoy se mantendrá vigente en las generaciones del mañana. Ante la duda, sepamos que el pretender detener la lucha es escupir sobre la memoria de nuestros valerosos caídos.

Estemos felices, preocupadamente felices, la adversidad es el cincel que moldea nuestra esencia y le llegó la hora a Venezuela. Afable lector, ¿estarás dispuesto a participar en el renacer de nuestra Patria o te conformarás con ver los toros desde la barrera? ¿Enarbolarás la bandera de tus principios e ideales en medio del bélico caos o te quejarás cuando otros hayan impuesto los suyos como prima oficial en el gobierno próximo a surgir?

Espero tu respuesta obedezca a tu voluntad y no a los cantos de sirena partidistas. De querer contribuir con la Libertad de Venezuela no hace falta que me lo digas, lo comprobaré al verte luchando junto a mi contra el invasor.

Alcemos juntos y con el mayor de los bríos la bandera de una Venezuela Inmortal, gloriosa, destinada a ser la más grata de las naciones en donde pudieran crecer nuestros hijos.

¡Caídos por la Patria, Presentes!

¡Arriba Venezuela!