“La grandeza de un «progreso» se mide, pues, por
la masa de todo lo que hubo que sacrificarle.”
Freidrich Nietzsche
Llamaradas de fuego se alzan en las calles de Venezuela, cuyo humo se
entremezcla con la neblina química utilizada por el gobierno usurpador para
subyugar la férrea voluntad de quién ha decidido dejar de vegetar.
El profundo y sombrío letargo de quince años parece haber perdido su
poder, el sopor empieza a desaparecer conforme voces inconformes hacen
despertar la conciencia de los venezolanos. Como un clarín de guerra retruenan
las consignas de una aguerrida juventud, dispuesta a sacrificar la hogareña
conformidad en pos de un futuro digno.
Los latidos de miles de corazones jubilosos resuenan al ritmo marcial de
nuestros tiempos. La responsabilidad histórica que se cierne sobre nuestros
hombros finalmente ha logrado movilizar un cúmulo de fuerzas sin precedentes en
la historia contemporánea de Venezuela. ¿Cómo no maravillarse ante la estoica
belleza que refleja el valor por sí mismo? Los más hermosos sonetos hayan justo
rival en el fuego proveniente de la lucha por la libertad. Cada roca arrojada
contra las tropas de la tiranía se asemeja a un verso o a una pincelada
genialmente ejecutada.
Ante tan sublime escenario, prefiero mil veces el fuerte y picante aroma
de combustibles caseros y bombas lacrimógenas a la tensa, absurda y ovejuna
cotidianidad y su fétido hedor a tráfico y concreto armado. No hay incienso más
inspirador y mejor para la meditación que los gases provenientes de alguna
gigantesca valla propagandística del gobierno, siendo consumida por las llamas.
Las dulces fogatas que se alzan en toda la nación en nombre de la
Libertad y Dignidad son la desesperada comunión de quién se rehúsa a
convertirse en una cifra más. La más ardiente voluntad de poder se percibe a
través de los ígneos ojos de aquellos guerreros incógnitos, que
paradójicamente, ocultando sus identidades han asegurado sus nombres en la
historia.
¿Cómo no mostrar simpatía por el embellecedor gesto de éstos redentores
para nuestro país? Frente a la seducción del combate tan sólo se me ocurren dos
grupos que se pronunciarían en contra: los lisonjeros, envidiosos amantes de la
falsa paz; y los cómplices de la tiranía. Sí, hoy por hoy al grito de “no a la
capucha” es recurrente toparse con personas sumamente mezquinas, que al carecer
de valentía pretenden condenar a quién sí la tiene para sentirse mejor con
ellos mismos. Son éstos entorpecedores del futuro, quienes de manera ingenua
pretenden dialogar con quiénes les
tienen una bala jurada para sus cabezas.
Anhelan la paz, y al parecer comparten el mismo concepto de paz que
tiene el gobierno comunista: la inerte, vacía, triste y seca paz encontrada
sólo en los cementerios. El profundo silencio que asecha las tumbas de aquellos
quiénes se cansaron de gritar. Pero, ¿Cómo alguien podría aceptar lo
antinatural de desear tan ansiosamente callar su propia voz estando vivo? ¿Cómo
se podría alguien cansar de hablar habiendo dicho tan poco? Al parecer, estos fúnebres
pacifistas en un gesto de sinceridad para consigo mismos, comprendieron que sus
palabras resultan ofensivas y vacías, por lo que prefieren delegar al gobierno
usurpador la responsabilidad de la expresión. A fin de cuentas, ¿qué dirá quién
no tiene nada que decir?
Y por otro, está la casta parasitaria de los cómplices, aquellos repudiables
e inescrupulosos traficantes de esperanzas que acumulan ganancias a costa del
sacrificio de nuestra juventud. Ésos constante dadores de puñaladas traperas,
que no tienen problema en transmutar cada gota de sangre venezolana por miserables
moneda en divisa extranjera.
Son estos dos ejemplares de hombres-esclavos los que dedican a diario
lastimeros gritos o extensos artículos justificando lo injustificable. ¿Hasta
qué punto debemos seguir tolerando la existencia de tan viles seres en nuestras
filas? No puede haber ningún tipo de concesión para tan vulgares propuestas, si
de veras pretendemos deshacernos de la tiranía comunista, es deber de todo
patriota denunciar públicamente el daño realizado por éstos escollos.
Es un hecho, verificado por la historia, los gobiernos de corte marxista
no encuentran su fin con una “fiesta democrática”, sólo la férrea voluntad
organizada ha podido derrocar las más sangrientas tiranías inspiradas en el viejo
Marx. Es hora que los venezolanos amantes de su Patria, fieles a sus
tradiciones y orgullosos de sus ancestros; se dejen cautivar por los recios
himnos de Belona. La lucha se libra
de manera total, siendo insuficientes los escritores estériles y los grupos
sedientos de protagonismo pero carentes del mismo en las horas oscuras. Quiénes
asumirán las riendas del país, deberán demostrar su valía en el campo de
batalla. Serán condenados como irrelevantes aquellos pueriles politiqueros que
convocando marchas (o criticando las mismas) no hagan acto de presencia en la
vanguardia.
No tengamos tiempo para que el miedo se apodere de nosotros, el
sacrificio que hagamos hoy se mantendrá vigente en las generaciones del mañana.
Ante la duda, sepamos que el pretender detener la lucha es escupir sobre la
memoria de nuestros valerosos caídos.
Estemos felices, preocupadamente felices, la adversidad es el cincel que
moldea nuestra esencia y le llegó la hora a Venezuela. Afable lector, ¿estarás
dispuesto a participar en el renacer de nuestra Patria o te conformarás con ver
los toros desde la barrera? ¿Enarbolarás la bandera de tus principios e ideales
en medio del bélico caos o te quejarás cuando otros hayan impuesto los suyos
como prima oficial en el gobierno próximo a surgir?
Espero tu respuesta obedezca a tu voluntad y no a los cantos de sirena
partidistas. De querer contribuir con la Libertad de Venezuela no hace falta
que me lo digas, lo comprobaré al verte luchando junto a mi contra el invasor.
Alcemos juntos y con el mayor de los bríos la bandera de una Venezuela
Inmortal, gloriosa, destinada a ser la más grata de las naciones en donde pudieran
crecer nuestros hijos.
¡Caídos por la Patria, Presentes!
¡Arriba Venezuela!
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