sábado, 25 de julio de 2015

La cruzadas en plena vigencia

Por Manuel De La Cruz

Anteriormente he señalado al arquetipo del cruzado como una categoría de guerrero por demás noble, la aspereza de su armadura y el brío de su espada son muestras de la férrea voluntad que arde en su corazón: el afán de llevar consigo la guerra por lo trascendental. Cierto es que hay episodios vergonzosos en las historia de las cruzadas, como el saqueo de Constantinopla o la masacre de los albigenses, sin embargo, ello no desacredita las valiosas acciones de estos hijos probos de occidente, más bien aparecen como turbias sombras proyectadas por una brillante estela de luz.

¿Cómo no sentirse cautivado ante el océano de cuentos, leyendas y epopeyas? En la historia medieval las cruzadas transitan el delgado río entre las orillas del mito y la realidad, lo fantástico se confunde con los hechos, el canto del trovador con las líneas del asceta escriba. La sola idea de un hombre dejando todo atrás con la sola meta de reconquistar la Tierra Santa, proteger a los suyos o conseguir el martirio en el intento es sin lugar a dudas enigmática. ¡Qué diferencia hay entre aquél varón medieval y el pasivo consumista de hoy! Mientras uno de forma viril empuña su espada por valores espirituales, el otro se conforma con la vacua utopía de lo material y en nombre del confort o algún esquema malentendido de "seguridad", renuncia voluntariamente a cualquier tipo de relevancia para el resto de la humanidad.



El vivir peligrosamente del renacimiento es una oda al hombre en armas, aquél que abraza de buena gana la senda de Bellona.

Hoy en día, desafortunadamente, se ha estigmatizado al eje central de nuestro devenir histórico: la lucha. Se ha intentado apaciguar y con ello domesticar a occidente a través de falsos ídolos como la excesiva tolerancia o la pusilanimidad revestida de virtud, mientras que el barbarismo ajeno a nuestra civilización alardea de su disposición natural a hacernos la guerra. Mientras el fundamentalismo islámico hace de las suyas, el marxismo cultural conspira por el suicidio de occidente usando la policía del pensamiento conocido como lo "políticamente correcto". Se nos enseña que los cruzados hace siglos dejaron de acudir al llamado por la reconquista de Tierra Santa, pero se omite de manera criminal que sus enemigos jamás cesaron de fraguar intentos por acabar con nuestra ecúmene.

No escribí para hacer loas a los cruzados, sino para narrar un hecho que me pareció tan curioso como esperanzador. Mientras escribo estas líneas, el fundamentalismo islámico está realizando estragos tanto en oriente como en occidente, el Estado Islámico cada día está más cerca de posicionarse como una entidad política autónoma, y de "conquistar" el reconocimiento internacional a través de una concepción sumamente realista del Estado como fuerza. Además, el terrorismo como método de guerra irregular está siendo promovido por estos piratas de la media luna: el derramamiento indiscriminado de sangre está a la orden del día incluso dentro de nuestro continente.

El pasado 19 de julio de 2015 Estados Unidos fue nuevamente blanco de los sarracenos modernos. En la localidad de Chttanooga, Tennessee, un jordano musulmán llamado Mohammad Youssuf Abdulazeez atacó una oficina de reclutamiento de los Marines en plena plaza comercial, y además una oficina de servicio de la misma institución. Murió en combate luego de asesinar a cuatro marinos y herir a personal tanto militar como civil. Por supuesto, la descarriada izquierda norteamericana empezó a negar cualquier vinculación con el Estado Islámico y quiso hacer parecer el evento como un hecho aislado.

Más allá de donde hubiese pasado, aquí se presenta un patrón sumamente claro: la ideología radical detrás de estos seres tiene alcance internacional y la capacidad para reclutar y convertir y conseguir zelotes dispuestos a pelear en cualquier paraje. Esta cosmovisión existencial nos presenta un terrible reto: el de frenar un poderoso movimiento planetario que tiene como principal objetivo a nuestra civilización.

No es "islamofobia", es sentido común y muestra de saludables instintos el inclinarse a la protección de los nuestros ante la arremetida de ellos. Varios ciudadanos, verdaderamente republicanos, se apersonan armas en mano en distintas oficinas de reclutamiento con el propósito de defenderlas de futuros ataques. Algunos motivados por el patrioterismo barato explotado a conveniencia por el gobierno estadounidense, pero otros con un numen lo suficientemente desarrollado como para comprender la profundidad tras estos lamentables acontecimientos: es hora del despertar occidental. Así como los tambores de guerra suenan de polo a polo en el medio oriente, también nosotros estamos llamados a abandonar la vida fácil o el "sueño americano", y a convertirnos en auténticos cruzados de este siglo. No por el odio a los demás, sino por el amor hacia nuestra Patria y nuestras familias.



En la fotografía podemos observar a Joseph Frye en plena guardia voluntaria, frente a un local de reclutamiento. Como algunos estados de la unión restringen el porte de armas, él propone el uso profesionalizado de espadas, arco y flechas. Vale la pena destacar, que Frye no es ningún iluso, tiene años de experiencia en la práctica de tiro al blanco medieval y en el uso y reproducción de implementos militares medievales. 


Los cruzados existen. En esta fotografía aparece Frye haciendo guardia junto a su esposa, quién también tiene experiencia militar, y un vecino veterano.

El veterano y medievalista Joseph Frye captó mi atención cuando se sumó a estas convocatorias ataviado a la usanza medieval. Con cota de malla, peto de cuero y una bandera templaria, nuestro singular amigo alzó la voz cargado de un coherente sentido histórico pocas veces tan lúcido como acertado en estos tiempos modernos. Aquél quijote yankee comprendió, al igual que nosotros, que quiénes sienten el llamo a la defensa de los valores inmortales no son un mero eco del pasado, todo lo contrario, los cruzados del siglo XXI son los profetas de los años por venir en este eterno retorno de lo mismo.

Mi sincero anhelos es que ese espíritu combativo, y ese afán de defender a tu nación, aunque el gobierno no lo quiera, llegue también a nuestras costas y veamos cuanto antes nuevos cruzados en Venezuela.

lunes, 6 de julio de 2015

La verdadera República

convegni-cicerone[1]

Por Manuel De La Cruz

Entre las líneas de nuestra historia patria se derraman de manera pueril palabras cuyo significado se desconoce, dejando a su paso verdaderas lagunas mitológicas que sirven a los demiurgos y demagogos de tranquilos pantanos por donde navegar hacia el poder. Sin embargo, tales estructuras tienen como base la débil y siempre abatible mentira, por lo que crujen irremediablemente hasta derrumbarse por el ariete de la verdad.

Cuán credo religioso y mantra político nos han repetido hasta la saciedad que son cinco las repúblicas que componen nuestra historia, tratando de trasplantar desde Francia una realidad por entero diferente, donde tal nomenclatura se debe a los drásticos cambios de sistema político entre monarquías, oligarquías, imperios y hasta comunas.

¿Somos realmente republicanos por decreto o tal concepto no ha dejado de ser un epíteto socarrón abusado por quién pretende ofrecernos barbarie por civilización?

Para resolver tal interrogante es necesario rastrear el origen de tan enigmática palabra, el cual se encuentra en los albores de la civilización occidental. Desde la conformación de las primeras ciudades-Estado mediterráneas conocidas como polis, pensadores inmortales de la talla de Platón y Aristóteles se cuestionaban sobre las mutables facetas del gobierno. Llegando en su momento a identificar formas puras e impuras de gobierno que aparentemente surgían en toda polis.

En la politeia de Platón (427-347 a.C.), erróneamente traducida como La República, el filósofo ateniense plasma en el libro octavo la existencia de múltiples formas de gobierno, las cuales tienen su origen en los caracteres de los hombres. En su visión, el tránsito entre una monarquía, hasta la democracia (la peor forma de gobierno en donde las masas irrespetan las costumbres) se daría de manera lineal desbordándose en el acabose de la polis o en el surgimiento de nuevos tiranos.

Su discípulo y crítico Aristóteles (384-322 a.C.), definiría los distintos regímenes políticos en formas puras (monarquía, aristocracia, politeia) e impuras (tiranía, oligarquía, democracia) de gobierno, cuya natural transición está definida por el acercamiento o alejamiento del fin supremo de toda comunidad: el bien. Ante la contínua amenaza de ver corrompidas las formas puras de gobierno, Aristóteles en aras de salvaguardar la estabilidad de la polis propone la Politeia como una forma de gobierno híbrida entre la oligarquía y la democracia, pretendiendo alejar así la posibilidad de quedar estancados en una forma impura de gobierno.

No sería sino en Roma donde los habitantes del Lacio propondrían como contrapropuesta a la herencia monárquica de los etruscos, el concepto de Res Publica, o cosa pública. El gobierno republicano estaría diferenciado primeramente por la participación ciudadana en los asuntos de carácter público, rescatando tal noción de la antigua ágora ateniense. Es en la etapa republicana cuando Roma alcanza toda su gloria mediante la conquista del mundo conocido y la elevación espiritual de sus ciudadanos.

¿A fin de cuentas, qué es la República?

La respuesta la hallaremos en los escritos del historiador Polibio (200-118 a.C), cuya mente griega nacida en Megalópolis y cultivada en Roma termina resolviendo las interrogantes planteadas en su momento por Platón y Aristóteles. Para Polibio, las formas de gobierno puras irremediablemente se corrompen y vuelven impuras condenando a un ciclo aparentemente sin final a casi toda suerte de unidad política.

La monarquía conducida por un único gobernante sabio y enfocado en el bien general terminaría mutando en tiranía, cuando el monarca empezara a mandar según sus apetencias. Eventualmente sus abusos y excesos terminarían siendo aprovechados por un grupo de ilustres ciudadanos, quienes  le derrocarían y se erigirían como Aristocracia con el fin de llevar por buen rumbo la ciudad.

Desafortunadamente, tales aristas de la sociedad tampoco estarían exentas de anteponer sus intereses personales a los colectivos, por lo que degenerarían en una Oligarquía que responde solo a las apetencias del grupo gobernante. Las mayorías preocupadas por sus intereses terminarían desconociendo las autoridades y conformarían un gobierno Democrático basado en los diversos pareceres de los ciudadanos, distribuyendo de esa forma el poder.

No obstante, ante la falta de una clara jerarquía que centralice las decisiones políticas, y por el corrupto afán de otorgarle a todos, inclusive a los ignorantes, influencia en los asuntos públicos, la Democracia se convertiría rápidamente en Oclocracia o gobierno de la muchedumbre. La Oclocracia es perjudicial para toda ciudad, pues transforma en jauría a la ciudadanía, pervierte la ética, sepulta la ley, convierte la Libertad en libertinaje e irrespeta la tradición.

Ante su propia monstruosidad, los pocos ciudadanos con cordura en aquél mar caótico de apetencias, sumarían sus esfuerzos a la búsqueda del orden, bajo la sombra un caudillo, un nuevo monarca capaz de imponer la armonía y el respeto a las leyes con su severa autoridad. Así, según Polibio, se repetiría el ciclo nuevamente, en una suerte de eterno retorno de lo mismo.

¿Cómo asegurar la estabilidad ante la permanencia del cambio? La respuesta de Polibio sería el integrar las formas puras de gobierno en uno solo que fuese mixto. De tal modo, cada vez que una parte del cuerpo social estuviese cerca de la decadencia, el resto de la sociedad le rescataría. La perfectibilidad de esta construcción estaría blindada por una sincronía total entre los intereses de los distintos estratos de la sociedad.

He allí uno de los pilares fundamentales de la República, parte de su tradición discursiva descansa sobre valores tan loables como necesarios para la construcción de una sana sociedad, pero no se sustenta exclusivamente en ellos. En su lugar, se fortalece al poner en la tribuna el tangible peso de los intereses de cada ciudadano, salvaguardando así la dimensión personal del individuo sin que ello signifique la extracción, o amputación, del cuerpo social. El velar por el bienestar de la República se traduce en salvaguardar tanto los intereses personales como el del colectivo.

Parafraseando a Cicerón, la República romana conservaba su grandeza porque lograba reunir en su seno la autoridad propia de la Monarquía bajo la figura de sus Cónsules; además que los estratos más elevados en términos culturales y morales reflejaban en la institución del Senado el amor a la Libertad correspondiente a toda Aristocracia; y finalmente gracias a los Comicios se mantendría en la tribuna el afán de asegurar el Bienestar general como sucede en la Democracia.

Por lo tanto, en aras de retomar el orden, la dignidad y la libertad capaces de otorgar nuevamente el status de nación a nuestra disgregada Venezuela, no podemos limitarnos al escueto, abstracto y hasta contraproducente llamado al rescate de vacías promesas como la “democracia” o la “libertad de expresión”. Mucho menos a reducir nuestra lucha a la mera libertad de los presos políticos, sin dejarlos de lado claro está, cuando en verdad toda la Patria se encuentra desprovista de su Libertad debido al mandato extranjero. Una solución tangible es la de sumar nuestros esfuerzos en la constitución de una verdadera República.

Lancemos al abismo la mitología cronológica y aquél absurdo fetiche de pretender enumerar repúblicas inexistentes. Es un irrespeto casi sacrílego el intentar comparar las montoneras independentistas a los modelos republicanos propuestos por hombres como Cicerón, Machiavelli o Madison. Concuerdo con el ilustre Laureano Vallenilla Lanz,  el luctuoso pasaje de la Independencia no fue más que una cruenta guerra civil, cuando el abigeato, la violación, el sadismo y en general la vorágine desatada por las temibles y repulsivas tropas de hombres como Boves arrasaron con cualquier posibilidad de hacer civilización.

En lugar de idealizar las gestas y campañas admirables, o de adular sin decoro a quienes en vida tuvieron su propio bocado de gloria, enfoquémonos hoy en rescatar lo poco que nos pudo legar la Independencia, aparte de la estela de sangre y hierro; me refiero específicamente a ese antiquísimo ideal republicano, que proviene nada más y nada menos que de la Eterna Roma y que heredamos como descendientes de una concepción hispana, y por ende occidental.

Más allá de las cercanías o diferencias que podamos tener con los próceres y los primeros constitucionalistas, hoy acordamos desafortunadamente, que aquél sueño inicial por el que ciudadanos ilustrados decidieron entregar sus vidas en el campo de batalla en nada se parece a la Venezuela de hoy en día. Ni República independiente ni parte del Imperio, Venezuela se asemeja más a un hato poblado por seres rumiantes que esperan los designios de sus dueños foráneos. Honorable lector, te propongo  asumir el peso de la más férrea de las verdades, te reto a que te plantes firme frente a los Patriotas y a los Realistas, frente a Miranda y a Monteverde, frente a Páez y a Morillo; y le digas en su cara lo vano que fueron sus muertes.

Ondeamos en nuestro tricolor el color rojo, rememorando la sangre que regó los campos de batallas, no obstante, parecemos olvidar que jamás cosechamos los frutos de aquella cruenta siembra. No solo nos enfrentamos al irrespeto absoluto por el sacrificio emprendido por venezolanos de bando y bando que lucharon entre hermanos por lo que creían era noble, a su vez esta generación se está haciendo cómplice de la decadencia que mantiene al país en la miseria.

Vivimos en la anti-República, donde la arbitrariedad inmoral de la Tiranía, la insaciable corruptela de la Oligarquía y el desenfreno anti-natural de las masas, propia de la Oclocracia se combinan en un yugo mixto que parece no tener fin. Así como en la República se asegura la prolongación de la felicidad y plenitud de los ciudadanos, en la antinomia venezolana se apuesta por el decaimiento espiritual y físico del mismo. Se dejó de lado la noción de derechos engendradores de deberes para el ciudadano, se adoptó la ambigua y vacía figura de pueblo, máximo nivel de irresponsabilidad colectiva. El mérito fue suplantado por la inicua igualdad, al amor por la Patria desangrado a nombre del internacionalismo, y por supuesto, el respeto hacia nuestra tradición e identidad falleció sin dolientes.

Venezuela necesita hoy hombres probos, forjados en la fragua de la lucha y el coraje. La ardua cruzada de regeneración nacional requiere que retomemos las cuatro virtudes cardinales que modelaron a occidente desde sus inicios: Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza. Acompañadas desde luego por el ardoroso fuego de amor por la Patria y el fervor por la trascendencia del espíritu humano más allá de lo material.

Nada de cuartas ni quintas, mucho menos sextas; Venezuela será constituida como la República, no un mero ensayo del montón.

Asumamos la jovial y elevada pugna por nuestra Dignidad. Frente a las infamias sostenidas por el marxismo de Materialismo, Internacionalismo y Degeneración; impongamos firmes las eternas verdades de Dios, la Patria y la Familia.

sábado, 8 de marzo de 2014

Vae Victis


¡Ay de los vencidos! Esta seductora exclamación denota la quejumbrosa jovialidad de quien a sabiendas de su victoria, prepara su inmisericorde venganza contra el adversario derrotado. La fiesta del vae victis como la denomina Nietzsche, consistía en la cruel descarga de hostilidad sobre el enemigo desprovisto de toda defensa, derecho o gracia.

Vae Victis exclamó Brennus el caudillo galo, quién ante las quejas de sus adversarios derrotados sobre sus abusos e injusticias al reclamar el botín de guerra, decidió recrudecer aún más sus exigencias, lanzando su espada sobre las pesas que mesuraban el oro.

La romántica historia que forjó a occidente se limita a exaltar las epopeyas de los vencedores, a retratar el desenlace de toda guerra como un alegre acabose, y pareciera ignorar adrede el éxtasis vengativo de todo triunfador. No obstante, afortunadamente los mediterráneos padres de los valores, jamás dejaron tal posibilidad de lado.

La sabiduría de los helenos designaba como aristeia la cúspide gloriosa en donde se situaba quien optara por el rumbo de la heroicidad, constituía el máximo apogeo de su gracia y supremacía resultante de la guerra. En el relato homérico, la aristeia de Aquiles consistió en derrotar a Héctor, su máximo rival, siendo el auge de su obra bélica la humillación de su contrincante: el arrastrar frente a las puertas de Troya, el fresco cadáver de su mítico enemigo.

El Vae Victis es la visión catastrófica, calamitosa y fatal al que las hordas comunistas temen con vehemencia y desespero. Tras años de imponer su cruda tiranía extranjera, rica en regalías, orgías de abundancia y derroche de lujos a costa de la sangre venezolana; tiemblan ante la visión cada vez más vislumbrada del frío filo de la justicia.

El comportamiento iracundo y embrutecido, la represión sin tregua, el cinismo, el chantaje y la carnicería emprendida por el gobierno de ocupación extranjera dejaron de ser demostraciones de poder hace tiempo. Se constituyen hoy en día en las últimas acciones encolerizadas y exasperadas de un sistema tiránico que se desquebraja, son patadas de ahogado que no acrecienta su posición, sino que vela lo más básico: su supervivencia.

Mientras los luchadores patriotas, amantes de la libertad, hemos decidido sacrificar nuestra comodidad en aras de unirnos a una causa que trasciende nuestras vidas; las sanguijuelas del gobierno se arrastran por el simple instinto de auto conservación. La nobleza de la causa patriótica se manifiesta cada día por sobre la bajeza natural del bando comunista. Es evidente incluso para ellos, quiénes perdieron hace poco el cobarde refugio de su ceguera ideológica, y han quedado encandilados ante la pasión sublime con que la juventud venezolana ondea su bandera.

Cuando los cómplices de siempre nos hablen de diálogo, y perdón, deberemos recordarles que Némesis es la diosa de la justicia, pero también de la venganza. La condición mínima de toda reconciliación deberá ser el juicio y castigo para los responsables de haber damnificado a Venezuela. De mantener su asceta, petulante e hipócrita línea de perdón a costa de la justicia, los partidos y todos sus dirigentes serán arrasados por la misma vorágine vindicatoria que acabará con la existencia de este régimen necrófilo.

Hoy los carniceros rojos comprenden, que cada asesinato acometido por ellos será una pesada carga de llegar el juicio. Reconocen que cada golpe atestado contra los ciudadanos, no es otra cosa que la excavación de sus propias tumbas en caso de ser incapaces de vencer. ¿Misericordia para el asesino? ¡Jamás!


¡Vae Victis! Proclamaremos joviales cuando la decrépita cúpula que gobierna a nuestra Patria sea juzgada, no por leyes sino por principios. ¡Vae Victis! Será el epílogo que describa la supresión de cuanto fanático armado intente mantener a flote la revolución del resentimiento. ¡Ay de los vencidos! Cuando el juez de los tiranos sean los ciudadanos que humillaron.

miércoles, 19 de febrero de 2014

La guerra que no queríamos


La política, como conjunto de relaciones de poder entre grupos e individuos, está definida por la suma de intereses encontrados defendidos por cada miembro de la comunidad. Dadas las diferencias que distinguen a cada individuo, se encuentra al conflicto como componente intrínseco a la naturaleza humana.

La voluntad de poder, el afán de enseñorearse manifestado en cada pulsación centra a la lucha como eje principal de la historia humana. El enfrentamiento entre las distintas voluntades ha definido a lo largo de los siglos el cariz de cada sociedad. Nuestras tradiciones, costumbres, cultura, todo ello está impregnado por la presencia de Belona. Aquella seductora y sangrienta musa belicosa jamás se ha separado de la psique humana. ¡Y con razón! Es parte de ella.

Eventualmente, el hombre egoísta por naturaleza comprende la imposibilidad de obtener la consecución de sus intereses en caso de encontrarse con la muerte, por lo que, en ocasiones ha decidido pactar con sus congéneres en aras de fijar límites a la competencia y suavizar la áspera realidad.

Como toda invención humana, su final ha sido decretado el mismo día de su nacimiento, por lo que todo arreglo cederá eventualmente ante las pulsaciones primigenias de nuestra especie guerrera. La armonía temporal no es inmutable, la cotidianidad enmascarada empieza a revelar su verdadera naturaleza primal y desata las mismas fuerzas avasallantes que el hombre arcaico manifestaba sin disimulo ni reserva. La guerra como constante, la paz como intermitente.

En Venezuela desde hace un par de décadas, las élites encargadas del poder accedieron a un proceso de transfiguración pública. Una mutación ideológica letal cuyo norte era la manutención de un sistema decrépito y decadente. El esquema democrático se fundía con la tiranía de masas, en nombre del poder popular se exaltaban las virtudes del inculto y se condenaba al intelectual. La barbarie se acrecentaba, la ignorancia se consagraba y la demagogia se profundizaba. Una trinidad de males que tenían como fin el simplificar y profundizar la dominación del ciudadano común por parte de una cuerda de bribones y bandidos, disfrazados ayer como oradores democráticos y luego como militares golpistas.

Tal parapeto tendría su final augurado, no obstante, los tambores de la guerra resonaban a lo lejos cuando dicha posibilidad se tocaba. ¿De qué forma concluiría el proceso de  transformación sangrienta que socavó la venezolanidad a partir del 4 de Febrero de 1992 y que mediante el sacrificio de inocentes perpetuó su poderío? ¿Cómo dar fin a un monstruoso modelo tiránico que se impuso a sangre y fuego? He allí, la interrogante perenne que marcaría el fin del pacto.

Desde hace años, en diversas tribunas de la sociedad, los amantes de esta Tierra de Gracia, los patriotas de Venezuela, hemos señalado de manera acertada cómo aquél vil movimiento conocido popularmente como “chavismo”, era una rama más del pensamiento comunista internacional, cuya finalidad versaba en la instauración en nuestra nación, de una tiranía socialista semejante a la fatídica experiencia cubana.

No nos equivocamos, el socialismo científico como ideología totalitaria representa un nivel completamente diferente de conflicto, que imposibilita cualquier expectativa de coexistencia pacífica. Presenta un conflicto de corte existencial, en donde la máxima mors tva vita mea, se universaliza e impone. En dado caso, sería fútil, inútil, desacertado, ingenuo y hasta suicida el pretender dialogar o buscar la reconciliación con quien anhela el cese de tus signos vitales. ¿Cómo derrotar a quién no conforme con imponerte su modelo de vida, amenaza con aniquilarte si te quejas al respecto? ¿Es acaso la “vía electoral” o el debate formas válidas de “competir” con quién impone su mandato con fusiles?

Por supuesto que no, la historia es rica en ejemplos de cómo ninguna nación ha podido expulsar al yugo comunista de sus tierras sin antes pasar por un lamentable baño de sangre. Eso es lo que precisamente está sucediendo en Venezuela, aquél necesario, doloroso pero redentor escarmiento; ésa autoflagelación que todo pueblo sufre como punición ante el error de haber sido presas de los cantos de sirenas marxistas.

Hoy, ha llegado el tiempo que todos vaticinaron pero que nadie se atrevía a declarar. Hoy, finalmente cobró forma el espectro que rondaba la conciencia colectiva. Hoy, llegó la guerra que no queríamos. ¿Y cómo huir de ella? Hasta la república de Venezuela debe su nacimiento a una Guerra Civil, como señaló Don Laureano Vallenilla Lanz. Al parecer ése conflicto ha sido interiorizado en cada pueblo y caserío, por muy remoto que sea.

Por ello, hago hoy un llamado a cada patriota cuyo corazón sigue latiendo cónsono con el sincero deseo de ver a Venezuela surgir. Invoco a todas esas voluntades apegadas a nuestro sagrado suelo, a la sangre joven que sueña con una Venezuela Inmortal. En nombre de Dios, la Patria y el Honor, exhorto a cada uno de los venezolanos a que se una a esta Cruzada Patriótica Libertaria con el fin de lograr la expulsión definitiva del invasor extranjero.

Vienen tiempos difíciles para Venezuela, las negras nubes que se ciernen sobre el horizonte asemejan las humoradas de pólvora que otrora cubrían los campos de batalla. Debemos ser fuertes, valientes, y mantener sobre todas las cosas la más férrea de las voluntades. La victoria será conquistada sólo por la más profunda de las convicciones.

El mero interés material queda a partir de hoy dejado de lado. Lo que nos impulsa a combatir no es la fama ni la fortuna, nada de ello, lo es el bienestar de nuestra familia, la promesa de futuro y la profunda necesidad moral de purificar a Venezuela. Una nueva nación es posible, acatemos entonces el llamado de la providencia y asumamos la histórica responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros.

Basta de tener mártires de nuestro bando, llegó la hora de los héroes.

¡ARRIBA VENEZUELA!

¡CAÍDOS POR LA PATRIA, PRESENTES!

martes, 18 de febrero de 2014

La apoteosis del engaño



La política es el arte de las apariencias, precisamente bajo ése esquema operan hoy las relaciones visibles de poder que se pretenden mostrar como conclusiones lógicas de la voluntad general.  Desde que la mendicidad del voto se convirtió en dogma religioso, los amigos de la infamia se han esforzado para crear el más vistoso y colorido de los espectáculos, le han arrebatado a los artistas su papel de entretenedores y se han dedicado a la tarea de estimular cuán método conductista a una masa cada vez menos crítica y más banal.

A partir del 23 de Enero de 1958, en Venezuela se prohibió a la verdad aparecer en las tribunas oficiales. Con esto no intento retratar a los políticos no democráticos como corderos inocentes incapaces de mentir, más bien aludo a la relación sincera en términos de poder que existía entre el gobierno y los gobernados. Se sabía a ciencia cierta datos que hoy resultarían irrisorios y hasta imposibles de constatar completamente, como quiénes son los que “mandan”. Al menos en las autocracias decimonónicas, imperaba la figura de un hombre fuerte o una cúpula oligárquica quienes eran reemplazados por alguna otra élite organizada que se arrojaba a la bélica tarea de conquistar al Estado.

En la Venezuela del siglo XXI carecemos de cualquier noción de certeza, en términos generales, de lo que se conjura en las turbias aguas del poder. ¿Quién gobierna a Venezuela? ¿Puede usted sin chistar responder de manera simple ésa pregunta? Es evidente que el incompetente bufón de Maduro no gobierna, pero también dudo que el responsable sea Diosdado u otro de sus allegados. Es más, de tener que responder apuntaría hacia el exterior: Raúl Castro quedaría pequeño al lado de la influencia que tiene el Foro de Sao Paulo, la República Popular China y demás ejes de poder en ésta poliarquía internacional, no obstante eso es otro tema.

Lo que verdaderamente me incomoda es haber sido testigo de cómo un mal presentimiento se convirtió en la realidad palpable. ¿A quién engaño? Más que un presentimiento era la certeza de algo que todo vimos y que en ocasiones pasadas hemos presenciado, estar atónitos ante el guión de siempre sería pecar de incautos.

La apoteosis de López, o de cómo mantener en el engaño a todo un país.

Lo que sucedió el día de hoy, martes 18 de febrero de 2014, no es más que la culminación de una triste obra de teatro democrático y electoral que tiene como objetivo la apoteosis política y el martirio simbólico de Leopoldo López, como nueva cabeza de aquél ministerio para la legitimación de la tiranía llamada “Mesa de la Unidad Democrática”.

¿A qué corresponde tal lógica? Es simple, ante los continuos fracasos políticos y el fiasco que como “líder” representó Capriles, la MUD necesitaba reemplazar su cabeza visible por una menos vilipendiada. El adinerado socialista de Capriles pasó a convertirse frente al opositor promedio en un símbolo de derrota, cobardía, pusilanimidad, falta de virilidad, y lo más deprimente, en la viva representación ambulante del pacto acomodaticio entre la “oposición oficial” y el gobierno usurpador.

Es allí donde entra en juego la nueva máscara de quiénes pretenden mantener empoderado al socialismo mientras aparentan combatirlo. Leopoldo López, el adalid miembro de la Internacional Socialista, sería designado como el portavoz de un sector cada vez más radical y dispuesto a luchar por su libertad. Desafortunadamente, el nuevo discurso  y disposición de medios en nada hacían variar la finalidad esencial de la MUD y TODOS sus miembros: fortalecer cada día más las bases de la dominación comunista en nuestra tierra.

Conocidos los actores, pasemos a hacer revista del guión, empezando por unos tales “autoconvocados” que curiosamente tenían logística y recursos para la impresión masiva de panfletos en pro de López y terminando con los agentes de la MUD tratando de apagar con unos megáfonos el fuego que involuntariamente encendieron. Nuestros traficantes de la infamia pretendían hacerse con el sentimiento de combatividad de los ciudadanos inconformes con el gobierno, hasta el punto que auparon tímidas manifestaciones de calle.

Todo esto se reduce a una suerte de catarsis colectiva, en donde la MUD se encargó de menguar las fuerzas del manifestante en largas horas de arengas pacifistas bajo el inclemente sol matutino hasta la tarde. Semejante al hacendado que le da un fuete al peón más irreverente y le nombra capataz, con la esperanza de que así se olvide de su propia condición de esclavo; la MUD jugó a brindar una forma de drenar el descontento colectivo de la población, haciéndole creer a la ciudadanía que con marchas pacíficas y clases de yoga los venezolanos derrocarían al gobierno que más alto ha mantenido la tasa de homicidios diarios en el país.

Por supuesto que es una pérdida de tiempo, las patéticas discusiones sobre porqué “la resistencia pacífica es mejor que la violenta” y la decadente moralidad de dar la otra mejilla frente a la adversidad es lo que ha mantenido a los venezolanos cautivos en una celda cada vez más estrecha. El canto de rancias y anticuadas sirenas politiqueras se asemeja a los faroles que ciegan y conducen a su muerte a cuanto insecto volador iluminan.

El día de hoy Venezuela entera fue testigo de una traición más, me refiero concretamente a la acordada y planificada entrega voluntaria de Leopoldo López a la fuerzas del Estado. No hubo resistencia, no hubo ánimos de lucha, sólo hubo la anestesia colectiva de “martirizar” a una figura pública. No faltará el disociado blasfemo de turno que quiera comparar a López con el episodio bíblico de Cristo entregándose a los romanos. La gran diferencia en este caso, es que a López en lugar de una corona de espinas, el entregarán una corona mediática; en lugar de crucificarlo lo mantendrán en las primeras planas. El aroma a barrotes de cárcel resulta excepcionalmente seductor para las masas acéfalas que lo empezarán a ver como un mártir por la libertad.

¿Quieren mártires? ¿Acaso necesitan que alguien más verdaderamente entregue su vida por una causa justa para motivarse a hacer lo propio? Les tengo no uno, sino tres mártires de verdad: Bassil Da Costa, Robert Redman y José Méndez. Ellos no dudaron en entregar su futuro, sus esperanzas, ilusiones y metas por la construcción de una Venezuela Digna y Libre. Son ellos quienes deberían encabezar la lista de luchadores contra el invasor cubano, y no la de un socialista aburguesado que para mayor descaro da su última arenga pública sobre una bandera de Cuba y al lado de la estatua de José Martí (monumento de muy mal gusto que el susodicho erigió en su gestión como alcalde de Chacao).


La bestia roja está arrinconada y muy mal herida, retroceder sería la forma de permitir al gobierno extranjero su prolongación por un par de lustros más. Por lo tanto, la palabra de orden que debe imperar en todo corazón patriota es la de no abdicar hasta liberar del yugo comunista a nuestra Patria. Quienes pretendan reducir la combatividad o desmovilizar las verdaderas protestas no son más que traidores al servicio de la araña internacional.

domingo, 16 de febrero de 2014

Júbilo combativo


La grandeza de un «progreso» se mide, pues, por la masa de todo lo que hubo que sacrificarle.”
Freidrich Nietzsche

Llamaradas de fuego se alzan en las calles de Venezuela, cuyo humo se entremezcla con la neblina química utilizada por el gobierno usurpador para subyugar la férrea voluntad de quién ha decidido dejar de vegetar.

El profundo y sombrío letargo de quince años parece haber perdido su poder, el sopor empieza a desaparecer conforme voces inconformes hacen despertar la conciencia de los venezolanos. Como un clarín de guerra retruenan las consignas de una aguerrida juventud, dispuesta a sacrificar la hogareña conformidad en pos de un futuro digno.

Los latidos de miles de corazones jubilosos resuenan al ritmo marcial de nuestros tiempos. La responsabilidad histórica que se cierne sobre nuestros hombros finalmente ha logrado movilizar un cúmulo de fuerzas sin precedentes en la historia contemporánea de Venezuela. ¿Cómo no maravillarse ante la estoica belleza que refleja el valor por sí mismo? Los más hermosos sonetos hayan justo rival en el fuego proveniente de la lucha por la libertad. Cada roca arrojada contra las tropas de la tiranía se asemeja a un verso o a una pincelada genialmente ejecutada.

Ante tan sublime escenario, prefiero mil veces el fuerte y picante aroma de combustibles caseros y bombas lacrimógenas a la tensa, absurda y ovejuna cotidianidad y su fétido hedor a tráfico y concreto armado. No hay incienso más inspirador y mejor para la meditación que los gases provenientes de alguna gigantesca valla propagandística del gobierno, siendo consumida por las llamas.

Las dulces fogatas que se alzan en toda la nación en nombre de la Libertad y Dignidad son la desesperada comunión de quién se rehúsa a convertirse en una cifra más. La más ardiente voluntad de poder se percibe a través de los ígneos ojos de aquellos guerreros incógnitos, que paradójicamente, ocultando sus identidades han asegurado sus nombres en la historia.

¿Cómo no mostrar simpatía por el embellecedor gesto de éstos redentores para nuestro país? Frente a la seducción del combate tan sólo se me ocurren dos grupos que se pronunciarían en contra: los lisonjeros, envidiosos amantes de la falsa paz; y los cómplices de la tiranía. Sí, hoy por hoy al grito de “no a la capucha” es recurrente toparse con personas sumamente mezquinas, que al carecer de valentía pretenden condenar a quién sí la tiene para sentirse mejor con ellos mismos. Son éstos entorpecedores del futuro, quienes de manera ingenua pretenden dialogar con quiénes les tienen una bala jurada para sus cabezas.

Anhelan la paz, y al parecer comparten el mismo concepto de paz que tiene el gobierno comunista: la inerte, vacía, triste y seca paz encontrada sólo en los cementerios. El profundo silencio que asecha las tumbas de aquellos quiénes se cansaron de gritar. Pero, ¿Cómo alguien podría aceptar lo antinatural de desear tan ansiosamente callar su propia voz estando vivo? ¿Cómo se podría alguien cansar de hablar habiendo dicho tan poco? Al parecer, estos fúnebres pacifistas en un gesto de sinceridad para consigo mismos, comprendieron que sus palabras resultan ofensivas y vacías, por lo que prefieren delegar al gobierno usurpador la responsabilidad de la expresión. A fin de cuentas, ¿qué dirá quién no tiene nada que decir?

Y por otro, está la casta parasitaria de los cómplices, aquellos repudiables e inescrupulosos traficantes de esperanzas que acumulan ganancias a costa del sacrificio de nuestra juventud. Ésos constante dadores de puñaladas traperas, que no tienen problema en transmutar cada gota de sangre venezolana por miserables moneda en divisa extranjera.

Son estos dos ejemplares de hombres-esclavos los que dedican a diario lastimeros gritos o extensos artículos justificando lo injustificable. ¿Hasta qué punto debemos seguir tolerando la existencia de tan viles seres en nuestras filas? No puede haber ningún tipo de concesión para tan vulgares propuestas, si de veras pretendemos deshacernos de la tiranía comunista, es deber de todo patriota denunciar públicamente el daño realizado por éstos escollos.

Es un hecho, verificado por la historia, los gobiernos de corte marxista no encuentran su fin con una “fiesta democrática”, sólo la férrea voluntad organizada ha podido derrocar las más sangrientas tiranías inspiradas en el viejo Marx. Es hora que los venezolanos amantes de su Patria, fieles a sus tradiciones y orgullosos de sus ancestros; se dejen cautivar por los recios himnos de Belona. La lucha se libra de manera total, siendo insuficientes los escritores estériles y los grupos sedientos de protagonismo pero carentes del mismo en las horas oscuras. Quiénes asumirán las riendas del país, deberán demostrar su valía en el campo de batalla. Serán condenados como irrelevantes aquellos pueriles politiqueros que convocando marchas (o criticando las mismas) no hagan acto de presencia en la vanguardia.

No tengamos tiempo para que el miedo se apodere de nosotros, el sacrificio que hagamos hoy se mantendrá vigente en las generaciones del mañana. Ante la duda, sepamos que el pretender detener la lucha es escupir sobre la memoria de nuestros valerosos caídos.

Estemos felices, preocupadamente felices, la adversidad es el cincel que moldea nuestra esencia y le llegó la hora a Venezuela. Afable lector, ¿estarás dispuesto a participar en el renacer de nuestra Patria o te conformarás con ver los toros desde la barrera? ¿Enarbolarás la bandera de tus principios e ideales en medio del bélico caos o te quejarás cuando otros hayan impuesto los suyos como prima oficial en el gobierno próximo a surgir?

Espero tu respuesta obedezca a tu voluntad y no a los cantos de sirena partidistas. De querer contribuir con la Libertad de Venezuela no hace falta que me lo digas, lo comprobaré al verte luchando junto a mi contra el invasor.

Alcemos juntos y con el mayor de los bríos la bandera de una Venezuela Inmortal, gloriosa, destinada a ser la más grata de las naciones en donde pudieran crecer nuestros hijos.

¡Caídos por la Patria, Presentes!

¡Arriba Venezuela!

jueves, 9 de enero de 2014

¡No es mi culpa!

¡No es mi culpa! Así lo declaro y no cómo un simple vago o conformista que de manera apática aleja su mirada del problema social en Venezuela. Maldigo a todos ésos defensores de lo indefendible, miserables relativistas y amantes de la infamia, condeno a ésos traficantes de esperanza que se lavan las manos diciendo que "la culpa es del hogar exclusivamente".

Pues les digo, lo que no es secreto: Amo con devoción las películas violentas, me encanta la historia militar, soy admirador de armas, me crié con juegos violentos y disfruto de vez en cuando de algo de "gore". ¿Por ello soy acaso una lacra social dedicada al crimen? ¿Acaso soy un retorcido delincuente anhelando penetrar con un cuchillo a cualquiera por sus pertenencias?

¡Por supuesto que no!

No niego la importancia de una educación basada en valores y de una familia sólida, pero NO LO ES TODO. El Estado como garante del orden y la seguridad debe ser capaz de emprender acciones para evitar que aquellos quienes carecen de una "familia sana" incurran en delito.

¿Qué hay "malandros" producto de la falta de valores? ¡Cierto! Pero por más desquiciado que sea un ser, se hallará imposibilitado de delinquir con un verdadero orden.

Mi respuesta final: Si faltan hogares en Venezuela, empecemos a promoverlos, pero si la lacra social trata de vivir en la impunidad, que sean aterrorizados con la MÁS BRUTAL Y SANGUINARIA REPRESIÓN. Al diablo la corrección política, bala en la frente para el asesino y sus secuaces. (En un Nuevo Estado, claro está, con un verdadero gobierno y no ésta cuerda de acomodados e ineptos).

Sí, me harté del afeminado discursito de "todos somos culpables", pues yo me considero un ciudadano de bien y que en nada ha provocado la multiplicación de ésas células cancerígenas.