domingo, 18 de marzo de 2012

Deus Vult


Ya el martillo filosófico se encargó de demoler todo vestigio de moral. Los valores que inspiraron épicas gestas espirituales recibieron la maldición del olvido, veneno de larga duración con graves efectos post mortem.

Hace casi un milenio que con la fiereza del león, Urbano II decretaría “Dieu le veut”, lanzando con un grito perenne las saetas espirituales de occidente, los más valerosos guerreros de Europa la vieja, espadas se abalanzaban por una conquista metafísica.


¿No es acaso el cruzado, el ser más glorioso de entre los dadores de muerte? Renuncia sin impedimento alguno al cómo dominio material para embarcarse en una pugna cuyos fines últimos trascienden épocas y vidas.

Quien arriesga su existencia por beneficios materiales, obtiene la retribución gozosa de la paz, pero quien sea capaz de entregar su vida por una causa metafísica, forjará con su espíritu un legado verdaderamente inmortal.

Más allá de las connotaciones políticas que hicieron posible la existencia de las cruzadas, y vislumbrando un panorama aún más elevado que obvie los intereses materiales que en su momento tuvo el clero y la nobleza, nuestro deber es rescatar y asumir la responsabilidad de honorificar como arquetipo de vencedor al cruzado, cuyo afán de obtener frutos espirituales de sus pugnas materiales coloca a su existencia en un plano que trasciende el tiempo.

Es el cruzado un profeta de la Voluntad de Poder, una catequesis ambulante cuyas enseñanzas son impartidas por la acción en lugar del verbo. La cruzada es la cúspide olímpica de la acción, la forja que endurece al alma penitente y le convierte en una sublime espada, gracias al calor de la batalla y a los golpes constantes de aquél sabio herrero cuyo sutil martillo llamaremos “embates del destino”.

Bendita sea la calamidad, porque en su seno se haya el néctar de la fortaleza.


Σοφíα και θέλημα



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