El cansancio y el
hastío del siempre soñar llega a nuestra vidas bajo el pernicioso nombre de
madurez, o al menos ese es el concepto que nos han vendido por siglos los más
hábiles amantes del oscurantismo.
En ocasiones
anteriores he denunciado como los materialistas siempre han tomado como bandera predilecta, la de un horizonte
limitado, racional e inmediato. Los sueños y las ideas de grandeza son catalogados
de utopías siempre y cuando puedan ser realizables por la humanidad. Bastaría
proponer un verdadero cambio en la historia de nuestra especie para ser tildado
de loco.
Pero,
¿no es acaso la locura el más grande de los dones e incluso una señal de
sabiduría cuando los “cuerdos” no hacen más que fracasar? Seamos ambiciosos una
vez más y pensemos que hay futuro más allá del horizonte percibido por nuestros
ojos. ¿Por qué hemos de conformarnos con lo “menos malo” cuando tenemos el
derecho y deber de exigir lo mejor para nuestra sociedad?
Estas
son interrogantes que me he formulado a cada instante cuando me percato de
cuanta mediocridad política se puede percibir a diario. Muchas veces, las masas
cegadas por las promesas del oportunista de turno terminan bebiendo del veneno
que se les ofrece para aplacar la sed de justicia que tienen. Y todo esto a sabiendas de quienes hábilmente
manejan los hilos del poder.
Poniendo
los pies sobre la tierra, tenemos en el panorama electoral dos opciones
aparentemente diferentes, pero que encarnan a su modo un mismo discurso y un
mismo proyecto de país. Muchos somos los que deseamos un cambio inmediato en
las estructuras del poder nacional, pero es falso que obtengamos tan anhelado
sueño con un simple cambio de vocero.
Si
analizamos a profundidad las propuestas esgrimidas por ambos candidatos, y más
importante aún, las tendencias ideológicas detrás de cada uno, nos
encontraremos con una vergonzosa y dura realidad: son dos caras de la misma
moneda tiránica. Ambos proyectos se diferencian únicamente por una disposición
alternativa del orden cromático en la estética electoral, más no presentan
punto de distinción alguna en el proyecto de país. Ambos abogan por un modelo “democrático”,
más bien demagógico, de socialismo.
Por más
adjetivos que pueda tener la palabra “socialismo”, siempre que parta de una
base materialista se traducirá en un criterio de distribución de riqueza
completamente pernicioso para la vida en sociedad, pues pretende repartir los recursos de manera
igualitaria, pisoteando por completo los méritos de quienes se esfuerzan más.
Todo esto se hace con la intención de crear una sociedad conformista y vacía,
que no tenga aliento ni voluntad de superarse, una sociedad de corderos, de
animales de rebaño fáciles de controlar con el siempre útil mito democrático,
donde triunfa quien mejor sepa mentir.
Apartando
el inminente fraude electoral, el cual cada día se perfila más en el horizonte,
yo me rehúso enérgica y categóricamente a participar en este circo mediático
llamado 7 de Octubre. Mi voto jamás servirá para legitimar opciones opuestas al
bienestar de Venezuela.
Lo que
me queda es seguir haciendo llamados a la conciencia venezolana, nuestra
sociedad debe despertar de éste terrible letargo. Sigue gobernada por un mismo
partido indecoroso cuyas consignas cambia con elaboradas máscaras. Para que una
tiranía, grupal o unipersonal, pueda
mantenerse en el poder en la era democrática, únicamente necesita aparentar la
posibilidad de poder ser derrocada electoralmente. Al tener una oposición
complaciente, cómplice y confabulada, todo régimen puede extenderse a sus anchas sin temor a la
represalia internacional.
Ese es
el papel que siempre ha hecho la Mesa de la Unidad Democrática: la de simples
legitimadores del oscurantista, antipatriótico y mediocre gobierno socialista
que mantiene sumida en el fango a nuestra amada Venezuela.
La solución
se haya en crear un verdadero movimiento
de carácter nacional, cuyos dirigentes se alejen por completo de las opciones
que hasta ahora han sido presentadas por ambas caras de la misma infame moneda.
Un clamor de dignidad cuyos gritos y pasos logren hacer temblar los mismos
cimientos de éste oprobioso sistema. Un verdadero cambio que se obtenga
mediante la redención nacional.
Solo
cuando los intereses de la Patria posean una jerarquía mayor a los intereses
partidistas, obtendremos nuestro merecido sitial de honor entre las naciones
del mundo.
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